miércoles, 20 de abril de 2011

Perra vida

O, dicho de otra manera el mosqueo que se apodera de mí cada 20 de abril, de julio, de octubre y de enero siguiente, o sea, cuando hay que rendir cuentas con el fisco y me quedo con esa sensación de trabajar para la hacienda pública que me pone los pelos de punta y de los nervios ....
Esto me lleva a esos pequeños seres que inspiran la frase.
En los Dias de Luna siempre había un perro en casa: mi padre era cazador. Después, mi padre seguía teniendo perros, pero no en casa, la Sra Amparo no lo permitía en un piso, criterio que heredé.
Y, cuando me instalé en esta porción de mundo que he hecho mía, un día llegó un perrillo con ánimo de instalarse también y mi padre y yo lo adoptamos, por tiempo tan breve que no llegó a tener nombre, así como llegó, desapareció.
El siguiente bicho en adopción fué Michi, un gatito que igualmente decidió instalarse y por el que lloraron mis - entonces - niños, cuando cometió el error de dejarse atropellar.

Muchos años después, un buen día, llegó hasta aquí una cachorrita pelirroja, al punto que su primer nombre fué Gorri - rojo en euskera - para pasar a llamarse después Curruska ( también  Winston, es un nombre comodín para el que se dice jefe de la manada).
También decidió instalarse. Era dulce, cariñosa, limpia, jamás dió un problema, salvo de salud y por ello parecía, además, querer disculparse. Siempre vivió dentro de casa.
Ni siquiera tengo buenas fotos de ella, porque se fué prematuramente, por culpa de Ugo, estoy convencida.

La Curruska entraba y salía, sin horarios, a su aire, y un buen día alumbró siete cachorros de los que no conseguimos colocar a Ugo, que se quedó en casa y fué la perdición de muchas zapatillas y de todo lo que pillaba a su alcance; pero, después de todo ... tenía los ojos de la Curruskita.
                                                            
  Ugo tuvo una exclusiva caseta - era imposible que entrara en casa -  incluso con "instrucciones" al respecto, de la cual en la terraza de Marina hay una reproducción exacta.
Y, entre la Curruskita y Ugo, se instaló también un viejísimo tekel, al que yo llamaba Tékelo y Jose Antonio, Winston, claro está, que sólo vino aquí a recibir cobijo y comida antes de morir, ni siquiera permitía una caricia, tan desencantado estaba de los humanos.
Total: al borde del rio Tinto hay pequeñas tumbas que albergan a Michi, Tékelo, Curruska y Ugo. Todos ellos recibieron nuestro cariño y pasaron el tiempo que estuvieron entre nosotros, felices, queridos y atendidos. Nunca, aquí, pasaron perra vida....sólo yo ....cuando se me cruza hacienda....

En Marina la caseta de cartón pluma en la terraza recuerda a Ugo, el pequeño tékel (de Artesanía Latina) al Tékelo y el perrillo de aguas ( trasera de un lápiz de los chinos) a la Curruska.  Además, en el despacho de la planta baja se ha instalado un pequeño caniche blanco ( es una goma de borrar de mis niños pequeños, que en origen era azul);  y en el dormitorio están colgados retratos- reproducciones de dos viejos perros que un día modelé para mi padre con aquella masilla que entonces se usaba para sujetar los cristales de las ventanas, pintada por encima al óleo:
 

3 comentarios:

  1. Hola carmen:
    que preciosa historia!!
    cuantos perritos hastenido y cuantos amores se te han ido.
    todos enterraditos en la orilla del rio tinto
    ¡¡ que bonito !!
    has hecho una escena en sus honores preciosa !!
    ¡¡ muchisimas felicidades por tu genial trabajo !!
    un besito cielo,que tengas un buen dia

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  2. Pero , qué le pasó a la pobre Currusca que no me he enterado?

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